Y ya decía entonces… ¡Quién sabe!

En este momento yo me pregunto cuanto mide, pesa, cuesta (o como sea que se mida) el trecho que completa el refrán.

El caso es en que los dos meses y medio que han pasado desde la última vez que me asomé al blog he conseguido multiplicar mi nivel de responsabilidades, reducir mi espacio de reflexión y disolver como por arte de magia lo que ya era apenas la sombra testimonial de mi tiempo de descanso.

La empresa funciona (sin perder el necesario porcentaje de neurosis y vigilancia, conviene repetir las cosas buenas en alto, a ver si se contagian), la familia bien, l@s amig@s tan ocupad@s como siempre en sus respectivos proyectos vitales, los clientes enfocados en contradecir los agoreros presagios económicos… Es decir, nada externo se ha interpuesto en mi empeño por mejorar mi calidad de vida, no tengo a quien «culpar», aunque esto quizá se deba al escaso efecto que ha hecho en mi la cristiana educación de pecados y penitencias. Noooooo, que va! Aunque tampoco soy nada freudiana, he de reconocer que el mal viene de dentro y no es otro que mi enfermiza tendencia a aceptar retos para ponerme a prueba a mi misma.

El reto me llegó a finales de abril en forma de propuesta «que no he podido rechazar» («el padrino» no la hubiera hecho mejor) para aplicar mi perfil técnico a la reconducción de una organización empresarial. Pedí tiempo para reflexionar y hasta busqué las interlocuciones precisas, pero ya no sé si lo soñe porque quien me lo planteó parece conocerme mejor que yo misma. No podía fallar, el conbinado era perfecto para que yo me lanzara: reinos de taifas, estancamiento y falta de definición. ¿Qué más se puede pedir? Pues eso, que desde el 15 de julio soy la presidenta de la Federación de Empresarias de Galicia.

Así que, anárquica por naturaleza y disciplinada por convicción, aquí me encuentro relegando lo que creo que «debe ser «para ordenar (en el estricto sentido de «poner orden») la plataforma que debería servir para conseguir un par de objetivos importantes. Porque esa es la primera dificultad, si bien en muchos entornos se opina que las organizaciones de empresarias deben existir, nadie parece ser capaz de definir «para qué». Lo cierto es que yo misma me encuentro con algunas dificultades para enlazar sus casi 20 años de existencia con un proyección de futuro, por lo que me vuelvo al refrán del principio. Y es que siempre ha sido más fácil «decir» que «hacer» por lo que el «trecho» es todavía un objetivo difuso que deberé aprender a concretar y estructurar.

Lo que sí tengo claro es que no se puede presidir lo que no esta definido por lo que debo empezar por profesionalizar y dirigir, por la imprescindible etapa gris de trabajo interno que tan poco luce, pero sin la que no resulta planteable ningún avance. Debo convencer dentro, antes de proyectar, de que las organizaciones no se pueden mantener en una perpetua adolescencia de reclamaciones y quejas. Es necesario digerir la historia para recuperar la «visión», apartarnos del discurso políticamente correcto y en ocasiones trasnochado, definir claramente la misión y objetivos de la Federación para avanzar en la construcción de nuevas realidades. Convencer de que debemos adoptar la «insatisfacción permanente como motor de cambio».

Lo dicho, no sé si un reto o una tentación. Una extraña atracción por los puzles intelectuales que me ha perseguido toda mi vida. ¿Alguien sabe decirme «cuan largo es un cordel»? La única respuesta posible es que «lo mas seguro es que quién sabe». ¡Es lo que hay!

Publicación original: enPalabras

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Isabel Iglesias

Experta en análisis estratégico y dinamización de la información. Investigadora de nuevas realidades, alérgica a los tópicos, bloguera... Productora y guionista. Desde 2009 uniendo Cine e Investigación para contar esas nuevas realidades por descubrir como la película Máscaras. En desarrollo dMudanza, componiendo la polifonía de voces de reflexión de la ciudad.